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Aprendizaje por observación

APRENDIZAJE POR OBSERVACIÓN

Aproximación divulgativa

Primera premisa: Imitando la realidad

El artista, cuando quiere reproducir plásticamente un objeto que se encuentra presente en la realidad, pongamos por ejemplo una jarra junto a dos manzanas y una barra de pan, con la intención de realizar un bodegón, toma como modelo objetos que se encuentran a su alcance. Los observa detenidamente, estudia cómo inciden las luces en ellos, los juegos que las sombras elaboran, las diferentes tonalidades que recorren sus superficies y, finalmente obtiene una pintura, fiel retrato de la realidad. Lógicamente, cada artista aporta su toque personal: pinceladas más largas, más cortas, pinceles más gruesos que otros, etc.

El diseñador de moda, cuando termina su colección, viste a unos chicos y chicas llamados modelos para mostrar cómo quedan sus confecciones en su cuerpo. Estos modelos visten y nos enseñan, más o menos, cómo quedaría esa ropa sobre nuestros cuerpos si vistiéramos esas ropas, en definitiva, si les imitáramos…



Conceptualización teórica: bebiendo de la filosofía

Hace ya varios siglos, el conocido filósofo René Descartes (1596 – 1650) formuló el Dualismo Cartesiano, rompiendo con los principios que existían antes de él acerca del comportamiento humano. Antes de sus aportaciones, se pensaba que el comportamiento humano no estaba determinado por la interacción consciente ni el libre albedrío, ni se consideraba que las acciones de las personas pudieran estar controladas por estímulos externos o leyes naturales. La formulación del ya citado Dualismo Cartesiano, rompió con la corriente expuesta al aceptar o proponer la existencia de dos conductas, la involuntaria, en la que los reflejos constituirían las respuestas automáticas a los estímulos externos, y la conducta voluntaria, debida a la voluntad consciente de actuar de manera determinada. Con ello surgen las escuelas del mentalismo (estudio de los contenidos y funcionamiento de la mente) y la reflexología (centrada en el estudio de la conducta involuntaria), constituyendo ambas la base del estudio del aprendizaje moderno. A partir de entonces, comenzaron una larga serie de aportaciones al respecto. Así, frente al innatismo promulgado por Descartes, según el cual todos naceríamos con ideas como la de Dios, el concepto de nosotros mismos y algunos axiomas básicos de geometría, apareció el empirismo y su concepto de tábula rasa encabezado por John Locke (1632 – 1704), según el cual nuestra mente nacía como una pizarra en blanco que iba llenándose conforme a las experiencias sensoriales de cada uno. Tomas Hobbs (1588 – 1679) propuso una idea alternativa, clave, al proponer que la mente actuaba de forma predecible y ordenada, apuntando toda conducta voluntaria del hombre al principio del hedonismo, según el cual huiríamos del dolor y buscaríamos el placer. Citar a Thomas Brown (1778 – 1820) y a Hermann Ebbinghaus (1850 – 1909) debe servir como ejemplo para observar que el estudio de cómo aprende el ser humano y cómo funciona su mente, ha ocupado gran parte de la literatura filosófica de los últimos siglos.

Primera aproximación: ¿qué es el aprendizaje?

Estamos muy habituados a asociar directamente al aprendizaje con aquello que sucede tras un proceso de enseñanza. Esta concepción, además de ser realmente pobre, pues no necesariamente el aprendizaje de los estudiantes debe llegar tras un proceso de enseñanza, no es del todo correcta. Científicamente, esta concepción se esconde tras el término Instrucción. Así pues, un manual de Psicología de la Instrucción se centrará en los procesos de enseñanza, en los procesos de Aprendizaje (en su aspecto académico). Por el contrario, y muy lejos de lo que a simple vista puede parecer, la Psicología del Aprendizaje versa sobre temas bien diferentes. Por tanto… ¿qué es el aprendizaje? Realizar esta pregunta a las puertas de un Colegio, a priori, podría ser la mejor forma de construir una definición, no obstante, sólo estaríamos obteniendo una definición de Instrucción, aunque muchas veces este término se asocia con ambientes militares y se carga de una buena serie de prejuicios.

Hablemos de aprendizaje… El aprendizaje lleva a todo sujeto a mostrar cambios en su comportamiento, en su modo de actuar. Podemos recurrir a Beltrán (1993) y a Shuell (1986) para definirlo: El aprendizaje es un proceso que implica un cambio duradero en la conducta o en la capacidad para comportarse de una determinada manera. Dicho cambio se produce como resultado de la práctica o de otras formas de experiencia.

Debemos marcar tres conceptos: el primero es que se trata de un cambio conductual (adquisición y modificación de conocimientos, habilidades, actitudes, estrategias…). No debemos olvidar el segundo de ellos, que debe perdurar en el tiempo. En muchas ocasiones se producen alteraciones conductuales por diferentes motivos, sirva como ejemplo la fatiga. Bajo tales circunstancias nuestra conducta tiende a mostrase diferente, no obstante, al reposar, se reconduce a la normalidad conductual, siendo aquella muestra comportamental presentada durante el periodo de fatiga, una variable no representativa de nuestra conducta. Así pues, para que podamos hablar de aprendizaje, debe tratarse de un cambio duradero que se mantenga en el tiempo y, en tercer lugar, que sea fruto de vivencias, de experiencias, de la práctica. Una premisa crucial de cara a estudiar el aprendizaje. Sin adentrarme mucho en este concepto por la complejidad que entraña, somos seres que vivimos situaciones, en base a ellas nos forjamos una realidad con la que interactuamos siendo habitantes de un medio que forma nuestro contexto, el cual debemos saber interpretar y actuar en consecuencia. Pero no sólo eso, sino que en muchas ocasiones, debemos interactuar con nuestros semejantes, con otras personas, y ahí también aprendemos. De tal suerte, es crítico poder recibir los estímulos del ambiente externo, procesarlos y filtrarlos a través de nuestros factores filogenéticos, genéticos, nuestro ambiente interno y, no podemos obviarlo, nuestro sistema neuroendocrino. El producto de dicho proceso será nuestra conducta, que repercutirá nuevamente en los procesos ya citados y, a su vez, terminará formando parte del ambiente externo. Así pues, todo aprendizaje debe partir de las relaciones entre estímulo y respuesta. Pero no sólo con ello sirve. Existe una pieza clave: la motivación. Sin ella, cualquier acto que realizáramos jamás nos ofrecería satisfacción plena, por lo que no tenderíamos a repetirlo y quizá no lleváramos a cabo asociaciones estímulo – respuesta, es más, al no complacernos al 100%, podríamos desechar la idea de volver a realizarlo frente a determinada situación, pero no por aprendizaje, que no sólo se basa en la producción de nuevas conductas, sino también en la reducción o eliminación de las mismas.

Acercándonos al núcleo temático: tipos de aprendizaje

Se podrían escribir libros con miles de páginas acerca de los diferentes tipos de aprendizaje que existen. Sin entrar a hablar de todos, sólo de los más significativos y también de los más importantes para la lectura de este artículo, es justo mencionar el conductismo, formulado de la mano de Skinner, que habló sobre el condicionamiento operante (el reforzador es contingente a la respuesta emitida por el sujeto) y que se basa en el trabajo del conocido Paulov sobre el condicionamiento clásico (un estímulo natural genera una respuesta natural, pero si condicionamos ese estímulo, la respuesta que obtendremos será otra diferente, una respuesta condicionada), con las clásicas investigaciones sobre la digestión en perros. Es importantísimo subrayar la tesis del conductismo, según el cual el aprendizaje supone un cambio en la conducta en función a los cambios ambientales (el aprendizaje es la asociación de estímulos y respuestas). Otros tipos de aprendizajes son el aprendizaje por descubrimiento que nació de la mano su padre teórico: J. Bruner; el aprendizaje significativo de los conocidos Ausubel y Novak, el Cognitivismo y el Constructivismo, del famoso Jean Piaget

… y recordando la primera premisa, inferencia de conclusiones:

Al igual que el pintor imita los modelos de la realidad para plasmarlos en un lienzo, y las personas tomamos de referencia las fotografías de los modelos para imaginar cómo nos sentarán las ropas que visten, los seres humanos, constantemente, aprendemos por imitación, para ser más rigurosos, por modelado. Las personas observamos el comportamiento de nuestros semejantes y, en muchas ocasiones, llevamos a cabo una imitación, un modelado, de dichas conductas. Para ello, cada uno debe tener un modelo que siga determinadas normas, si no, sus conductas no serán repetidas por el observador. El modelo debe ser semejante a la persona que va a aprender, por lo general, un chico tenderá a modelar conductas de otros chicos y viceversa, al igual que sucederá con la edad, a mayor cercanía en la edad, mayor posibilidad de modelado. El modelo, también tiene que ser bien valorado por el posible “imitador” de su conducta, de lo contrario, no se producirá el aprendizaje, el modelado, el cambio conductual. En los niños, es una técnica que se emplea en repetidas ocasiones para ayudarles cambiar diferentes aspectos básicos como puede ser el orden en su pupitre, incluso el orden de un cuaderno. También es muy útil para enseñar estrategias cognitivas fijar un modelo que, cumpliendo todas las características, a su vez, sea un experto en dichas estrategias. Clínicamente lo he empleado en varias ocasiones y los resultados más llamativos los he obtenido, con mi mayor asombro, en la eliminación de ciertos trastornos de ansiedad… Durante la infancia, todos los modelados suelen ser muy positivos para los niños, pues, suele suceder, se valora al trabajador, al educado, al eficaz, al generoso, etc. Es en la adolescencia cuando este tipo de aprendizajes pueden revestir cierta complejidad.



Siempre lo he explicado así: la adolescencia es un proceso nihilista en puro sentido de la filosofía de Nietzsche. Así su prólogo a la obra “Así habló Zaratrusta”“Os contaré cómo el espíritu se convierte en camello, cómo el camello se convierte en león y cómo, finalmente, el león se hace niño” (Nietzsche, F., 1883) Si lo aplicamos a la adolescencia, no sería difícil traducir que el bebé, se convierte en un camello, sobre el que se suben todos los valores que transmitimos los padres, profesores, personas adultas de relevancia, lo socialmente bueno, y todos aquellos principios éticos, ideas del bien, etc. Ese camello, camina, hasta que alcanza la adolescencia y entonces se convierte en león, que furioso arremete contra todo aquello que se le ha impuesto. Ya lo decía el propio filósofo: la dinamita que debe hacer estallar la cultura occidental. Finalmente, una vez destruidos todos los principios que se “subieron” a ese camello, el adolescente (¿el superhombre?) comienza a construir valores a partir de cero y va dejando, poco a poco, la adolescencia atrás. La importancia de la educación en la infancia es crítica en este proceso. El adolescente comenzará a buscar modelos, rechazando por completo las figuras parentales, y centrándose en su centro: su grupo de referencia, es decir, sus amistades adolescentes más o menos de la misma edad, pero también pueden ser modelos personas famosas, miembros de un grupo musical de relevancia, personajes de películas o series. etc. Entre ellos, destacarán algunos jóvenes que se convertirán en los modelos a seguir. Recordemos los principios de un modelo: igualdad en género, edad, y sobre todo, que sea admirado por el aprendiz. Ahora bien… ¿qué admirará nuestro hijo adolescente? ¿Qué criterios seguirá para ello? Puede admirar a un buen estudiante que es valorado por sus compañeros, que disfruta haciendo bien las cosas, responsable con su tiempo y con su ocio, o por el contrario, puede admirar al chico que no estudia, que tiene mal comportamiento en clase, que disfruta su tiempo libre bebiendo alcohol y fumando tabaco y otros añadidos… Y él aprenderá, y lo llevará a la práctica. No sólo por el simple aspecto de modelar una conducta, sino porque entrará en juego algo crucial. Un proceso que, si observa con detenimiento, es complejo. Se observan en el modelo unas conductas que conducen a obtener unos logros. El observador, el adolescente que modelará, no lo hará por el simple hecho de parecerse a él, no. Lo hará para conseguir aquello que el modelo obtendrá, por lo tanto, si un adolescente persigue una meta y alguien de su entorno lo consigue, rápidamente se convertirá en el mejor de los modelos y se apropiará de su conducta para tratar de alcanzar los mismos resultados que no son otros que sus propias metas iniciales.

Y así sucede, no sólo con adolescentes, sino con el niño que observa a su padre y modela su vocabulario, pues muchas veces los padres se sorprenden de las palabras que sus hijos pueden llegar a pronunciar. En muchas ocasiones las habrán aprendido por modelado, quizá no parental, pero muy probablemente familiar. Modelan al alumno con buenos resultados, al que sabe evitar castigos, al que marca goles, al que mejor se lleva con las chicas o a la chica que mejor se lleva con los chicos…

Otras variables que intervienen radicalmente en estos aspectos son la autoestima y el autoconcepto, etc. Un niño o adolescente con baja autoestima, encontrará rápidamente a un modelo que imitar. ¡Cuidado! No infravaloremos la autoestima de los niños y de los adolescentes, puede ser determinante de cara a su transición a la vida adulta, y de igual forma, ayudemos desde pequeños a que crezcan con un autoconcepto claro. Para ello es fundamental que desde casa les ayudemos a conocerse a sí mismos y a conocer bien su entorno, su familia, identificar sus emociones, sus ansias, sus miedos…

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