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El maestro dentro del frasco

EL MAESTRO DENTRO DEL FRASCO

Actualmente nos encontramos en una sociedad que aporta muchos aspectos fascinantes a los que nos movemos entre aulas. Recuerdo cuando yo no era más que un escolar, un tanto desatendido por varios profesores de los que, curiosamente, guardo un buen recuerdo, y alucinaba con las proyecciones clásicas de esas transparencias que a día de hoy huelen a desfasado. Recuerdo bien el primer día que un profe (un innovador por aquella época) comenzó a escribir con un rotulador sobre la transparencia. Creo que esa fue mi primera aproximación a lo interactivo (y menuda interactividad…).



En mi casa siempre ha habido, por suerte, muchos libros. Había una gran enciclopedia “de mayores” y otra para “los niños”. Tenía un montón de atlas, de diccionarios (el de la RAE, el enciclopédico, el ilustrado, sinónimos, antónimos, etc.) y los usaba todos. Tengo muy buenos recuerdos de usar estos libros en la cocina de casa (que es donde siempre me ponía a hacer mis deberes). Siempre que puedo recupero este recuerdo con mis alumnos sintiéndome un poco viejo, lo reconozco. Ellos alucinan, claro. Ahora lo tienen todo en su bolsillo, en su teléfono inteligente, en su tablet, en su ordenador… y es fabuloso. Pero como todo, esta cara tiene también una cruz, y sí, como en muchas ocasiones últimamente, y me apena verlo así, dicha cruz se encuentra en el adulto y en el uso que hace de la tecnología. ¿Estamos haciendo un uso útil o nos estamos relegando a crear grandes recursos que distan de la enseñanza en un uso autónomo por parte del estudiante en materia, ya no de tecnología, si no de aprendizaje puro.

Creo que los maestros, en ocasiones, nos metemos dentro de un frasco. Lo rellenamos con tablets, apps maravillosas, presentaciones fantásticas, pero no les enseñamos a ellos a usarlas (ya las manejamos en clase nosotros), no les explicamos cómo construirlas (ya que hemos perdido el dominio del conocimiento, debemos seguir teniendo algo que nos deje por encima de ellos) y no les abrimos las puertas a que ellos las mejoren o creen nuevos recursos (no sea que nos mejore un niño de 9 años). Acabamos todos encerrados en el frasco, viendo el universo desde él, y les encerramos a ellos en él, haciéndoles creer que lo que se ve desde el mismo, sólo puede verse. Crean su concepción del mundo digital desde esta perspectiva y creencia central.

Hemos perdido algo esencial que antes, con los libros y en ausencia de tecnología sí había: tacto. Tacto a la hora de involucrar la acción desde el soporte: usábamos todos esos materiales para aprender. Obviamente no teníamos una imprenta en casa y muy pocos contaban con impresora (el escáner no debía estar ni pensado por aquel entonces). Hoy en día, usamos los materiales para aprender, sí, pero no les enseñamos a diseñar la forma en la que quieren o necesitan aprender, ahora que hay millones de oportunidades. Invertimos cientos de horas en que manejen una App o un programa, en que se creen cuentas… Quizá deberíamos abrir un poco más las puertas de nuestra acción y enseñarles a crear formas para que ellos mismos diseñen cómo quieren aprender.

Recuerdo una divertida anécdota… Un amigo, hace unos 10 años, al dar el salto al teléfono inteligente, estaba emocionado. Tomando algo tranquilamente una mañana de verano, fue a llamar a alguien. Sacó su deslumbrante teléfono y, aquí viene la anécdota, le dio la vuelta al mismo y ahí tenía un post it con varios teléfonos escritos. “No sé cómo guardarlos y llegar luego a la agenda”. Hubo carcajadas y aún hoy nos reímos de ese momento cuando hablamos y lo recordamos. ¿No hacemos muchas veces lo mismo? Nos llenamos de tecnología y de nuevas metodologías, pero le pegamos el post it del proceso “analógico”.

Creo que la inmersión de la tecnología requiere de un alumnado mucho más participativo y más involucrado en la forma en la que decide aprender, que sea capaz de crear el sus apps, sus estrategias, que decida cuál es su gestor de mail, su manejo de la mensajería instantánea… Así, además, les convertiremos en ciudadanos preparados para afrontar la turbia marea de aguas que se ciernen sobre la adolescencia y las redes sociales y uso de la tecnología, pues conocerán este universo desde dentro, como creadores  del mismo, y no se perderán, pues no tendrán al padre o al profesor enseñándoles durante horas cómo manejar algo que los propios adultos han decido que aprenda a usar. Por ello, maestros, salgamos del frasco y comencemos a jugar en un campo sin límites, sin límites de verdad.

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